Milkybar

 

En primer grado te regalaron un Milkybar. Pensabas en eso hoy. Y en el sexo tántrico. Las asociaciones son misteriosas, como los caminos del Señor. Pero aunque no lo creas, el chocolatín, o mejor dicho tu historia con el chocolatín tiene una relación no tan misteriosa con el sexo tántrico. 


¿Quién te había regalado el Milkybar? Estás casi segura de que fue tu tía Gina pero puede ser que te equivoques. Ahora tenés diez veces más años que entonces. Algunos detalles se van perdiendo con el tiempo. Vos creés que eso es lógico aunque no sé por qué creés semejante cosa. ¡Como si supieras tanto de engrames y de memoria! Enseguida te das cuenta de que hay otras cosas igual de viejas que emergen de golpe en la conciencia, de manera repentina, como un pop-up publicitario que te ofrece el último capricho, la última ocurrencia que le comentaste a tu marido, a tu hijo. ¿Google nos escucha? ¿El algoritmo nos lee la mente a distancia? Bueno, no importa si fue tu Gina. Muy probablemente fue ella porque te llevaba a la escuela a veces, con tu primo Carlitos que estaba un grado más adelante. Lo que es seguro es que te lo guardaste en el bolsillo del guardapolvo. ¡Qué bien planchado el guardapolvo, qué bien planchaba tu abuela Margarita! Una vecina un día te paró para decírtelo. Hay gente que se fija en cosas raras.


La cuestión es que te guardaste el Milkybar en el bolsillo para comerlo en el recreo. Estabas contenta. No todos los días te compraban una golosina. Más vale nunca. Saliste del aula con la mano en el bolsillo y, antes de llegar al patio, sacaste el bloquecito parcelado en cuadrados separados por un surco, empujaste el envoltorio de papel metalizado fuera de esa especie de estuche externo con el dibujo y la marca. Abriste uno de los extremos y mordisqueaste una punta de eso que ahora te parece más manteca de cacao que chocolate. Te gustó. Mordiste de nuevo la esquina y un poco más y lo volviste a guardar. Antes de entrar de nuevo a la clase hiciste eso un par de veces más, caminando sola entre los otros chicos. No eras muy de mezclarte con tus compañeritos y jugar.


En el recreo siguiente repetiste casi lo mismo pero antes te comiste la figacita que a esa hora repartía Ramona, la portera. ¿Habrán hecho un casting por el nombre para el cargo? Te hacés ese chiste privado y enseguida te arrepentís y te arrepentís de haberte arrepentido. Te justificás de una forma un poco rebuscada. ”No me corras con la corrección política porque tampoco dije nada que no se corresponda con una investigación de campo de cualquier antropólogo." "O antropóloga”, redondeás. “Antropólogue". Era buena Ramona. La querías. Un día te llevó a la cocinita y te sirvió un té para tomar con el pan. Pero eso  sólo fue porque estabas con Marisa, la hija de maestra. Horrible el té. ¿Quién le da té a unas nenas? 


Entonces, otra vez le diste unos mordisquitos al Milkybar. Querías que te durara mucho. Lo dosificabas. Estabas contenta y buscabas que la alegría se alargara por lo menos tanto como el disfrute del chocolatín. Por eso fue tan penoso cuando, antes de la última hora, te diste cuenta de que se había derretido en el bolsillo. Te enchastraste todos los dedos y, como eras tan ñañosa, ni siquiera te los chupaste para aprovechar lo que se pudiera. Tiraste el papel pegoteado en el tacho de basura del pasillo y fuiste al baño a lavarte las manos. Cuando llegaste a tu casa, le tuviste que contar a la abuela cómo se te había ensuciado el guardapolvo. No se enojó la abuela. 


Te acordaste de todo el asunto cuando leíste esa nota sobre perfumes. ¿La Vogue española o la Ohlalá?  No sabés. También en esto se te escapan los detalles. Donde fuera, decían que usar poco perfume es una manera de desperdiciarlo. Algo de eso es lo que vos hacés. O hacías antes de la nota. Te ponés, te ponías, tres gotas locas detrás de la oreja y dos en cada muñeca y al rato no las detectaban ni los de CSI. Una vez le dijiste a tu marido: “querría un frasco grande de Channel #5 para usarlo sin pensar en que se va a acabar”. Él te regaló un frasco grande de Channel #5 que terminó medio evaporado porque igual lo racionaste como provisiones en la Londres bombardeada en la Segunda Guerra. Ahora sos un poco más generosa. Por obra de Vogue. O de Ohlalá.


Eso de administrar el placer, de estirarlo para que dure mucho (como si fuera esta noche la última vez),  de mordisquearlo de a poco como al Milkybar, te parece que tiene alguna relación con el sexo tántrico.  Te parece que la idea se entiende. Y dicho así, concluís que fuiste una nena precoz en lo de gestionar el goce. Ok, el primer intento no te salió muy bien. 

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