Turandot




Saqué entrada para Turandot. Cara. Palco alto al centro. Seis pagos sin intereses con Visa Banco Ciudad. Después pensé que era una locura. Es una locura gastar esa plata en una entrada y es una locura pagar una entrada en cuotas. Bueno, ok., será la única en el año, me dije. Un par de días después me mandó un wasap uno de los chicos preguntando qué hacemos con el recital de Calamaro en diciembre. Platea baja, decidimos. Preventa exclusiva tarjeta Visa del Banco Provincia. 
Me gusta ir al Colón. Más que la ópera me gusta ir al Colón, ver a la gente bien vestida y perfumada, cruzar a algún conocido, llevar mis anteojitos de nácar para ver de lejos, indignarme por las toses.  
Tengo mis historias en el Colón: mi primera vez ahí, Isabelita de luto con López Rega en el palco oficial poco después de la muerte de Perón; galas presidenciales; cruces con famosos, visitas a los talleres del subsuelo; reencuentros con un ex; cosas así. En algún momento, mi hermano mayor fue jefe del suplemento de espectáculos de Clarín y en varias oportunidades me dio su pase. Así estuve en un concierto de Martha Argerich y Charles Dutoit. Tenía un asiento en un palco que compartía con desconocidos. Había ocupado una de las sillas de adelante. Detrás de mí había un señor de cuya presencia fui muy consciente durante toda la primera parte. Yo tenía vestido y medias negros y zapatos de taco con punta y pulsera al tobillo. Y cruzaba las piernas. Ni bien se prendieron las luces para el intervalo, el señor me invitó a tomar una copa de champagne en la confitería. De repente estaba en una película, era Julia Roberts. El tipo no era Richard Gere pero era flaco, pintón. Me gustaba. No era un millonario aburrido. Era un psicoanalista –puede ser otra forma del aburrimiento-- que, además, coordinaba grupos de apreciación musical en San Isidro. Había ido al Buenos Aires y conjugaba los verbos mejor que yo. Cuando terminó el concierto se ofreció a llevarme a casa. Yo hablaba como si no fuera tímida. En el camino, me dijo: “¿Era necesario Rachmaninoff?” No supe bien qué contestar. Parece que Rachmaninoff es demasiado expresivo y "subraya demasiado el pathos". Para mí todo había estado buenísimo, el repertorio, la orquesta y su director, el piano, el champagne. Él. Era el hombre perfecto. Cumplía sobradamente mis tres mínimos: no tenía panza, tenía todos los dientes y seguramente no tenía faltas de ortografía si cuando hablaba conjugaba los verbos así. Quedamos en volver a vernos. Nos vimos. Un par de veces. La última, no quise ir a su casa. Fruimos a tomar algo y hice un comentario inconveniente: “a los hombres les cuesta seguirme”. Él no seguía a nadie, me aclaró. Nos despedimos para siempre. Al día siguiente me escribió un mensaje diciendo que quizá podríamos encontrarnos. No, gracias. 
Anoche fui a otro palco compartido. Hay una tuitera a la que conocí personalmente en alguno de los encuentros que solían hacerse hace años, cuando éramos pocos y aspirábamos a armar algo así como una comunidad, que es aficionada a la música y habitué del Colón. Le comenté por DM que iba a Turandot. “Andá temprano para poder sentarte en primera fila. Si no, puede ser que no veas bien. Dan puerta a las siete y veinte más o menos.” Llegué siete y diez. Abrieron y veinte. Cuando llegué arriba ya estaba ubicado un chico con el que ocupamos las posiciones del frente. Después llegaron varias personas más. En el primer intervalo vi que habían agregado incluso una silla extra.
La ópera estuvo buena. La puesta fue muy bonita. El coro espectacular. El tenor con el papel principal no me gustó demasiado. Me pareció que tenía la voz como asordinada, le faltaba brillo, potencia y caja. Es que escuchamos demasiadas veces Nessun dorma por Pavarotti. Aunque fueran grabaciones. Con el volumen al mango.  Y la princesa Turandot me pareció poco expresiva. Digo todo esto como si supiera. En un rato voy a revisar las críticas.
Me aburría en el segundo intervalo. Ya había leído todo el programa, la presentación de los cantantes, la reseña de la puesta y hasta la lista de autoridades. Ya había mandado fotos. En el palco todos los demás cotorreaban aunque recién se conocían. No tenía intenciones de hacer ese esfuerzo. Noté que los binoculares tenían una marca grabada. “Lemaire. Paris.” ¿Será una firma conocida? Guglée. Sí. Antigua. Famosísima. En EBay venden unos idénticos a  los míos a doscientos cuarenta dólares. A mí me los regaló mi ex suegra. Hoy la voy a llamar  para preguntarle de dónde los sacó.
Podría cerrar esto con un rulo sobre el primer párrafo. En el estuche de terciopelo de los anteojitos encontré entradas viejas –soy cartonera—de un concierto de Marta Argerich y Daniel Barenboin del año pasado y otras de un show de Calamaro en el Gran Rex, no me acuerdo de cuándo. Todo es cierto. 
(Junio de 2019)

Comments

  1. Me encantó. Me llevaste tan rítmicamente que te sentí cerca. Es lo que hubiéramos hablado por teléfono o con café mediante. Genial.

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  2. Estaba entusiasmada con la idea de que te lo volvieras a encontrar pero no...

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  3. 😊repito el comentario de Mariana

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